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El clásico esperado por todos era, como manda la tradición, Los Mágicos vs Las Dos Torres. Sin embargo, el destino decidió otra cosa. Con el gigante Cañón de Zelaya retenido en su fortaleza doméstica, emergió en escena una nueva dupla sustituta: Los Doctores, que con toga invisible y guardapolvo imaginario se presentaron como reemplazo inesperado.
La cancha, rodeada del legendario Barro de Peronia, se convertía en un campo de batalla resbaladizo, mientras un reflector colgado parecía más un grill de horno que una iluminación deportiva, arrojando sombras dramáticas sobre los contendientes. Lo que debía ser una fiesta de equilibrio se transformó en una exhibición de cinco actos, con Los Mágicos haciendo lo posible por sostener su dignidad y Los Doctores imponiendo una clase de eficacia aplastante.
Primer set (6-2):
El arranque fue un mazazo. Los Mágicos comenzaron con ínfulas, intentando convencer al público de que la varita todavía guardaba trucos. Pero pronto la ilusión se deshizo como humo. Los Doctores se plantaron con una solidez quirúrgica: cada punto era diseccionado con precisión y rematado sin piedad.
El Magopp, ya nervioso, empezó a fallar lo elemental, desmoronado por los constantes reclamos de su compañero, el exigente Mago Spagnoletta, que entre error y error rugía con furia: “¡No vengo a correr para perder!”. Pero sus gritos no surtieron efecto; la magia no apareció y el set se escapó sin resistencia. El 6-2 fue categórico, casi un prólogo del calvario que se avecinaba.
Segundo set (6-1):
Aquí no hubo espacio para el engaño. Fue un paseo clínico. Los Doctores dominaron con tanta energía que el público murmuraba que el Doctor Sentencia parecía un comercial ambulante del conejito Duracell: corría, saltaba, llegaba a todo, como si tuviera dos corazones o baterías de repuesto. Magopp, hundido en reproches, apenas lograba poner la pelota en juego. El set se cerró 6-1, dejando a los Mágicos en estado de conmoción.
Tercer set (6-4):
Los Mágicos, heridos en su orgullo, encontraron un resquicio de luz. De pronto, la galera escupió un par de trucos, la varita chisporroteó y hasta el Magopp pareció recordar cómo se sostiene la pala. El marcador se puso 4-1 a favor de los Mágicos, y el público murmuraba con esperanza: ¿acaso la magia estaba de regreso?
Pero la ciencia no entiende de conjuros ni de espejismos. En ese preciso instante emergieron Los Doctores, que blandieron jeringa y mazo simbólico, y comenzaron una operación quirúrgica y legal a la vez. Cada punto fue diseccionado con la precisión de un cirujano y firmado con la firmeza de un fallo inapelable.
El Doctor Sentencia, con su toga invisible, recorría la cancha como si hubiera apelado a las leyes de la física y las hubiera puesto de su lado: corría sin cansancio, golpeaba sin titubeos y dictaminaba en cada intercambio. A su lado, el infalible Doctor Jeringa aplicaba inyecciones de energía pura, pinchando a los rivales con voleas letales que parecían vacunas contra la ilusión.
Del 4-1 al 6-4, sellaron una remontada arrolladora, una gesta digna de epopeya: la ciencia que desarma a la ilusión, el cálculo frío que derrumba a la fantasía. Fue un recordatorio cruel y elegante: pueden ilusionarse, pero no sueñen demasiado.
Cuarto set (6-0):
El público asistió a un espectáculo tan desparejo que algunos dudaban si era un partido oficial o una práctica de tiro al blanco. Los Doctores no dejaron ni las migas. Cada punto fue un cachetazo de realidad para Los Mágicos, especialmente para un Magopp ya totalmente quebrado, que no atinaba ni a responder. Spagnoletta, rojo de furia, parecía más cerca de denunciarlo en un tribunal deportivo que de seguir alentándolo. El 6-0 fue brutal, casi humillante.
Quinto set (5-1):
El trámite final fue casi piadoso. Los Doctores, con la tranquilidad del deber cumplido, siguieron ejecutando golpes precisos y mortales, mientras los Mágicos se arrastraban con resignación. El marcador se plantó en 5-1 y no hubo necesidad de más: el hechizo había desaparecido, la galera estaba vacía y la varita rota.
El resultado fue demoledor y, para muchos, sorpresivo: 6-2, 6-1, 6-4, 6-0 y 5-1. Una paliza histórica, donde la magia de Los Mágicos se evaporó entre reclamos internos y errores propios, mientras la ciencia y la ley de los Doctores dictaban sentencia implacable en cada punto.
Sin embargo, nadie dudaba de que, tras una charla motivadora con su coach, Los Mágicos podrían reorganizarse y demostrar que aún guardan trucos bajo la galera, capaces de poner en aprietos incluso a la dupla más calculadora. Por su parte, quedaba la gran incógnita: ¿podrán Los Doctores mantener el ritmo, la precisión y la energía que esta jornada titánica les exigió, set tras set, sin que el desgaste empiece a jugarles en contra?
Aun así, esa noche quedó claro que no siempre hacen falta dos torres para derrumbar un castillo: basta con disciplina, cálculo… y un conejito Duracell con forma de Doctor Sentencia, siempre infatigable. Su inseparable compañero, Doctor Jeringa, inyectaba energía pura con cada golpe, dejando al público boquiabierto.
Y mientras los espectadores se retiraban murmurando entre risas y asombro, la pregunta flotaba en el aire: ¿será esta victoria el inicio de una racha imparable… o solo un descanso momentáneo antes de que Los Mágicos retomen la venganza? Solo el próximo partido lo dirá.
